Vímet

Vanitosament
amagant-te dels vilatans
no els permets
de veure’t com un igual.

Corre, diu l’ocell,
corre cap al bosc,
busca-hi el redós de la rosada,
tu fals
home de vímet.



Matinal

Matinal
et vénen a dur el tall
del teu cervell.
Se n’escapa una paraula
feta per podrir-te
el pensament.

Te la porta l'amic
volent-te ajudar.
Te la dóna el carnisser.
Te la dóna la florista
en un pom de gerberes

perquè et coneixen bé
i saben que és teva.



FÁBULA

Antes, cuando el hombre señalaba hacia arriba, mirábamos al cielo. Triángulos y bestias transparentes hacían de la noche su escritorio. Cada figura emergía con su rúbrica, cada monstruo nos consolaba con blancura.

Ahora en cambio miramos al hombre. Tiene los tobillos en la tierra y la cabeza ya en el éter azul, sus ojos muy cerca del fuego, una constelación en sí mismo, una fábula de reconstrucción.

Sueño del 23 de mayo: substitución


Estoy en una casa sin muebles, es de noche. Voy por un largo pasillo y al girarlo me encuentro con un monigote que representa la muerte. Me asusto, y enseguida veo que lo sostiene mi madre. Ella y mi tía lo han montado para mí. Consiste en un cráneo, quizás una máscara de carnaval, y dos garras atadas a un palo, todo cubierto con un abrigo verde. Le recrimino a mi madre que me haya asustado, especialmente porque, según parece, estoy enfermo y estos días ya me estoy encontrado con la muerte de verdad. Critico, en efecto, que su muñeco no se parezca a la verdadera muerte, y enseguida esta aparece. Es mucho más alta y no tiene garras visibles. Su cara es también un cráneo pero, curiosamente, mucho menos realista que la máscara del muñeco, es más fantasmal. Adivino que su cuerpo es una especie de largo palo. Lleva puesto también un abrigo verde con capucha. Me mira ofendida porque entiende que la quiero substituir, y hace ademán de irse. La intento retener, pero sólo porque el abrigo es mío y lo quiero de vuelta. Se escabulle rápidamente por el pasillo. La persigo hasta una puerta con barrotes, por la que ella pasa sin problemas. Miro y sólo me da tiempo de ver cómo desaparece por la calles, con el abrigo ahora amarillo, convertido en chubasquero.