El 6 de noviembre en el laboratorio de escritura se presentó el último poemario de Rodolfo Häsler, Diario de la urraca (cuaderno paulista). Participamos la poeta Neus Aguado y yo mismo. Estas fueron las notas que leí a propósito del libro.
URRACA Y CIUDAD
Es un honor difícil resumir el poemario de Rodolfo Häsler Diario de la urraca (cuaderno paulista). Sé que tiene tres personajes recurrentes, que son la urraca, el poeta y la ciudad. Sé que, en el libro, estos tres elementos suceden en relación a una preocupación mayor, que es la creación poética. Me gustaría hablar de todo ello partiendo de la urraca, el elemento más rico y matizado del poemario.
Un animal, cuando aparece en un poema, puede ser varias cosas. Puede ser el mero animal que su nombre describe, y que se pasea por los versos sin segundas intenciones; o al contrario puede ser sólo un nombre sin cuerpo, un símbolo de un humor, de una idea, de una tradición. Los lobos son la guerra, el ciervo representa a dios, el cuervo anuncia la muerte. Pero también puede convertirse en una tercera cosa: un animal, sí, visto o pensado o recordado, pero convertido en un personaje que desborda el cuerpo que le dio la naturaleza: una palabra que es idea y bestia a la vez. En el caso del libro que nos ocupa creo que los poemas son transitados -atravesados- por los vuelos y los picoteos de urracas reales, corpóreas, pero que también son presagio y visión de otra cosa.
El libro tiene tres secciones: el diario paulista en sí, 'La urraca de luz' y 'La urraca en el cuadro'. En la primera, el paisaje urbano de Sâo Paulo es el escenario donde el poeta descubre este ser interior y exterior a la vez, la urraca. En la segunda, el lugar de encuentro parece ser más bien la mente del escritor, donde la urraca ha penetrado y se expresa con extrañas pulsiones. En la tercera, los elementos anteriores parecen haberse fusionado en una breve serie de pinturas abstractas esenciales, que contienen esencia. Aquí, la reflexión es más impersonal, y la preocupación por el dominio del arte (pintura o poesía) se manifiesta más claramente.
Volvamos al principio y recorramos el proceso que el libro nos propone, que se abre con estos versos:
Tengo una urraca que todo lo mira.
(...)
En territorio agreste, lejos de mantener la calma
la urraca se manifiesta, insiste en un vuelo sin laberinto,
atraviesa el éter y anula el deseo yéndose por el costado,
(...)
embauca temprano a su adiestrador.
El poema se titula 'La urraca lúcida'. Se trata de un pájaro que parece saber más que 'su adiestrador', el poeta que la describe y la crea. Esta urraca observada es también un observador penetrante, es un sentimiento, en la mente del poeta, casi de conciencia universal. Curiosamente, del primer al segundo poema, pasamos de la idea a la palabra:
La palabra urraca: la leo en el espejo.
Un liso corte en el cristal ¿qué te propone?
La urraca está en la imagen del poeta ante el espejo, y le plantea un interrogante que él mismo no está seguro de resolver: ¿qué busco obsesionándome con esta palabra? Porque en general el poeta puede tener una idea muy clara de qué quiere hacer en un poema, pero en las ocasiones más felices obtendrá un resultado inesperado.
A medida que caminamos con el poeta por la ciudad de Sâo Paulo, encontramos más urracas: una que es ciega cuando el poeta está ciego, una carroñera cuando el poeta piensa en la descomposición, otra que huye cuando él quiere marcharse, etc.; y así empezamos a constatar que la urraca y él son uno. Parece que la necesita para hablar:
Alimenta a una urraca. Crea un alfabeto nuevo
en su lengua.
(...)
deja de hablar y alcanzarás la elocuencia.
E incluso el ave le enseña la naturaleza del amor:
Al ver una urraca supiste cuánto se puede
amar. Esa caricia inútil, un bosquejo de dedos
que indica un camino ascendente...
La urraca toma posesión del poeta. Al final del diario en sí (la primera sección) este pájaro es una 'última palabra que procede de lo alto y desciende/ como el rocío sobre los tejados.' Y el poeta debe aceptarla, se impone un saber escucharla, para evitar 'el filo/de la página en blanco.'
En la segunda sección, como siguiendo la imagen anterior, algo epifánica, la urraca es un objeto de luz:
Depurando la palabra que escupió en mi ojo,
una luz apelmazada en el centro de la estancia.
Es un guiño, por si no lo entiendes.
Es de luz y, de nuevo, algo quiere comunicar al ojo que quiera acogerla, probablemente al del poeta. En esta sección encontramos fogonazos de dolor. Los versos son más torturados y se menciona explícitamente (si no me equivoco) la muerte por primera y única vez. La urraca ha entrado en el espacio mental del poeta, y así ilumina a la vez que oscurece ciertas partes de él, limpiamente. Transformada en palabra, la urraca revolotea por dentro del poeta, alterando lo que toca, lo que nombra:
(La palabra, una orden
bajo el filo de la sequía,
una azada disemina el rastrojo,
abajo las tumbas preservan el recuerdo,
te hundes.
(La palabra urraca,
la palabra empuja lejos un sonido,
pie, gazza, Elster,
un sonido ensordecedor se antepone a las horas,
la página consume la tinta de la respuesta.)
Los graznidos llenan la página, el ruido se transforma en tinta: el poeta ordena los nombres del pájaro en diferentes idiomas, significantes de un sólo significado. Este poema que acabo de leer es, creo, un nudo en mitad del libro, donde coincide el animal con el término que lo designa, para unirse y también empezar a desaparecer.
Precisamente, en el último poema de esta sección, 'la urraca se va' y 'viene el perro': de nuevo, ¿qué perro es este, qué animal pensado o visto es el perro que queda en la cuneta abierto al fuego de la descomposición? Como si la urraca fuera un alma que deja un cuerpo, cuando se va este perro ya 'no podrá cantar, ni decir, ni escribir'. En este punto, sólo queda disolución y olvido.
'La urraca en el cuadro' es un contrapunto sosegado a las dos anteriores secciones, aunque no por ello es menos intenso. Efectivamente, los animales se han ido. Quedan los colores del paisaje, una cierta calma de lo consolidado, que se manifiesta en tardes y torres y cipreses. Queda el poeta, una sola cosa con sus obsesiones. La maestría del poeta/pintor nos ha llevado hasta aquí, a la congregación de lo irreconciliable.
Hemos empezado el paseo que propone el libro con una palabra, urraca, que primero se ha hecho cuerpo y luego ha entrado en nosotros. ¿Qué hacer con su recurrencia? El arte es la respuesta, ya que es la herramienta que nos permite transformar el dolor. Así se lo define en esta sección: 'El punto medio entre lo personal/y lo inalcanzable.' De esta manera conciliamos la obsesión, que puede ser una carroñera o una iluminación: con el trabajo del arte.
'Última escena', el poema que cierra el libro, nos deja una esperanzada pero estoica noción sobre la creación artística: 'El artista aguarda una decisión. No existe la página oscura.' La página en blanco no es la enemiga del poeta (todas las páginas están en blanco para quien no tiene nada que decir). La oscuridad es el verdadero obstáculo del orfebre, del iluminador. Y en este caso, como buen artesano que conoce su oficio, el poeta Rodolfo Häsler sabrá hacer callar a su oscura urraca o, al menos, hacerla cantar para él.
Con Neus Aguado y Rodolfo Häsler
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