Presentación de 'Carcaj: Vislumbres'

El pasado miércoles 14 de mayo, en el Laboratorio de Escritura de Barcelona, se presentó el poemario 'Carcaj: Vislumbres', de Mercedes Roffé. Estas son las notas que leí sobre el libro.


Voy a empezar a hablar de Carcaj: Vislumbres por el final. Después de leerlo, después de que el libro empiece a formar parte de la memoria propia, uno puede tener la sensación de que recordar sus poemas es como tratar de recordar sueños. Uno siente que algo ha pasado, algo importante y esencial incluso, pero de entrada le puede costar aprehenderlo y ponerlo en palabras. Sin embargo, prevalece una fuerte impresión de primera persona: esas vislumbres no son ajenas y ya estaban en nosotros antes de entreverlas.
  Con esto no quiero decir que el libro peque de un exceso de abstracción. Los poemas son concretos, y las palabras clave de cada uno exponen un perfil fácil de distinguir, o al menos concebible. Entiendo así el título: primero vemos el carcaj, un objeto del mundo (aunque quizás de otro mundo), un recipiente; pero las vislumbres tras los dos puntos lo alteran, lo convierten en un estuche lleno de invisibles. Asimismo, sabemos que las visiones, inasibles, están contenidas en una cosa, que puede ser un carcaj o precisamente este libro. Por ejemplo, el excelente poema 24 de la primera parte del libro, reúne esta doble cualidad de, por así decirlo, altura terrenal.
  Un buen poema sucede a pesar del lector, que puede no entender la situación que se le plantea o quizás no congeniar con un estilo. Creo que este poema, como la mayoría de Carcaj: Vislumbres, se imponen así: como la visión se impone al santo, que quizás no la quiere y siente pesada la carga de la revelación. Y es que este poemario tiene algo de iniciático. La poeta hace entrar al lector como dormido y lo lleva por esta zona en ningún lado, no necesariamente guiándolo. No en vano el libro se abre con estos versos:

en sueños
contempla la maniobra
incierta
de algo /  alguien
más allá de lo humano
o aún por serlo

funámbulo
transitando
de puntillas
esa cuerda dudosa
de lo real a lo irreal

  Siendo esta una poesía de sugestión y de imaginación, es de agradecer que su autora haya evitado la grandilocuencia y que no haga prédicas sobre el trágico destino del ser humano. Estas vislumbres son más bien constataciones sobre la realidad y la irrealidad que se dicen cómodamente a través de alguien.
  Hablaba antes del gusto de sueño, casi de duermevela, que deja el poemario.  Como en los sueños, hay también una sensación de paisaje y de geografía concreta. Sería divertido y quizás revelador intentar dibujar un mapa del submundo donde se ubican los poemas, situando un bosque, un embarcadero, una playa, un campo permanentemente bajo la niebla; unas estrellas desconocidas sobre un pequeño templo. Ya ven que hablo por intuiciones, claras y lejanas a la vez: ese tono viene del libro.
  Debo repetir sin embargo que no hay casualidades en Carcaj: vislumbres. El estilo de los poemas es otro ejemplo. La poeta ha escogido, o se ha visto obligada, a no usar apenas signos de puntuación. De ahí los versos breves o rotos que indican la cadencia de las frases y que, de alguna manera, dan la impresión de que todo sucede a la vez. El lector puede sentir así que con una sola mirada abarca la totalidad de una visión; y que ante él después van surgiendo los detalles, como flores.
  Dentro de esta sugestión, en un par de poemas encontramos pequeños énfasis que son especialmente llamativos, porque vemos a la soñadora entregándose a momentos quizás más sensoriales. Así en el poema 9: 'ahhh, la nieve / y las góndolas deslizándose / bajo antorchas de laurel y saúco'; y en el poema 18, ya en la segunda parte: 'ahhh, flor radiante / belleza radiante / vibración radiante.' Digo que es llamativo porque, por un lado, esos suspiros que parecen salir con una sonrisa declaran una experiencia más directa de una cosa, de un olor, de un placer visual, en un libro sobre todo de intuiciones; pero, por otro lado, se trata de los pocos  momentos en que vemos una figura activa en el paisaje, una presencia humana y sobre todo: despierta. Esos momentos son pequeños recordatorios de que estamos con alguien en el camino, y que en la niebla nos acompaña otra respiración, contenida y vibrante a nuestro lado.
  He mencionado dos partes. Si los poemas de la primera presentan, aunque sea por retazos, un mundo, los poemas de la segunda tienden a desintegrarlo. Pero no simplemente a hacerlo pedazos, sino a descrearlo. La visión se deshace en las palabras. Así, ya avanzado el libro y levantado un paisaje, encontramos poemas como el 6, que nos sitúa en una especie de hora cero de la creación:

cuando ni noche ni día había
pautando el cielo
sino un desvelo
moroso
único
infinito
escandiendo
el afanoso forjar del demiurgo

  La sensanción es que poco a poco retrocedemos en el tiempo. El libro propone así una cosmogonía inversa y nos muestra cómo la creación, sea sueño o sea realidad o sea poesía, va desmadejándose hasta el último poema, que concluye en la nada:

ley de los llanos cúpula
germinal
en que resuena, armónica
la nada
sobre el murmurante encaje
de la noche

  Creo que la palabra 'armónica' es en este punto clave. El espacio se deshace según una ley justa. La noche queda en paz. Antes, la poeta ha dicho 'tememos el final de este sueño.' Al concluir la visión, es decir, al cerrar este libro, en efecto algo deja de existir. Quizás de ahí venga el temor: el no saber en qué lado estamos. Tal es el efecto que produce Carcaj: Vislumbres en nuestra percepción.

 Con Rodolfo Haesler y Mercedes Roffé.


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