Una copa de Haendel
José María Jurado
La isla de Siltolá: Sevilla, 2013
64 páginas
DESCRIPCIÓN DE UN REFLEJO
Una
copa de Haendel es un
poemario refrescante por lo que tiene de extraño, es decir: de ajeno. No hay
confesiones personales, y las pocas experiencias directas que se adivinan están
filtradas por la forma. Sólo algunos poemas finales se refieren a la infancia,
pero gracias al preciosismo de sus versos, el lector recibe la idea de una
infancia genérica más que un recuerdo biográfico. En ese sentido, el libro
pertenece a la técnica antes que a la imaginación.
Curiosamente,
ese extrañamiento, esa preponderancia del artificio sobre el contenido del
mensaje (por así decirlo), hace de Una
copa de Haendel un poemario original, aunque su espíritu no busque ser
rompedor. José María Jurado se deleita con las figuras, los colores, las
abstracciones. Hay algo de cuadro rococó en cada poema: 'Rubias como la nieve,
/ con guirnaldas de flores en el pelo / y cintas de Moldavia, / bajo los altos
techos estucados / y el dorado fulgor de las cristalerías, / las princesas de
Austria / bailan en los espejos, / caderas de champán, ojos de escarcha.' Los
delicados cuadros de Jurado muestran fascinación por el detalle, muchas veces
subrayado por vocablos remotos: 'Ciprés y palisandro, / potrillo de madera
taraceada, / clavijero de dientes y cabeza partida, / brida y freno del
llanto.' Hay también ejemplos de divertimento poético, como 'Calendario
perpetuo', en el que el autor se propone encajar todos los meses del año en sólo
catorce versos; o en 'Chejoviana', una suerte de centón hecho de títulos y
referencias al escritor ruso.
Los
textos que pueden considerarse centrales en este libro tienen algo de juego, de
arte por el arte, o más bien de técnica: la mayoría de los poemas se miran a sí
mismos, de espaldas a la realidad. No hay referentes al mundo, sino a la
representación del mundo. Pero Una copa
de Haendel es a veces lo suficiente sólido como para levantar un mundo
propio en sus páginas. 'Diana', por ejemplo, tan excelso y exaltado, podría
compararse a un objeto de cristal tras el aparador de una tienda de
antigüedades: 'Elástica, / con el arco de plata y el carcaj / irisado de
estrellas / disparas a la noche venatoria, / señora del abismo, / cazadora / de
los ciervos azules de Orión.' En el poema, la diosa pasa como una estrella
fugaz: está lejos y es hermosa, y no todos invertirán tiempo en esperarla.
El
poema quizás más representativo del tono general es 'El juego de los abalorios' (el título hace referencia a una novela
de Hesse). Esta 'catarata / de letras que levitan y descienden' concluye con
toda una declaración de principios: 'Lluvia fugaz de luces y sonidos, / tornasol de pavesas y cenizas / se
posan suavemente como nieve / sobre el papel vacío y deslumbrado. / Nada sobre
la nada del poema.' Efectivamente, decir que Una copa de Haendel trata sobre nada puede ser apropiado. No porque
sea irrelevante, sino porque, por voluntad del autor, los poemas tratan de sí
mismos, de la búsqueda de ciertas palabras: son la descripción de un reflejo.
Las numerosas citas a otras obras y autores a lo largo del libro actúan en este
mismo sentido de buscar la realidad en la literatura.
Los
poemas que escapan a esta reducción a veces no son los mejores. 'Fragmentos de
una tabla de arcilla' es atractivo, pero más ambicioso que logrado; 'Dream a little dream of me' roza
peligrosamente lo sentimental ('en el país azul de la tristeza', 'he arrojado a
tu sueño / un puñado de estrellas irisadas.') Dos poemas que apariencia
contienen haikús ('Haiku' y 'Después de la lluvia') no siguen la forma
convencionalmente aceptada en español para esta composición; quizás sea a
propósito, aunque resulta difícil entender por qué, dado el dominio del autor
sobre la métrica.
El
poema que cierra el libro, 'La Quencia', contiene un giro digno de mención: 'tu
padre te ha ungido / con su mano suave y poderosa, / como la mano de Virgilio.'
Estos versos parecen referirse al padre y, sin embargo, este acaba
convirtiéndose en el término comparado: la escritura (la mano) de Virgilio es
tan firme y piadosa como la de un padre sobre su hijo. La literatura desbanca,
o desborda, al recuerdo. El mundo es sencillo, el poema no.