Lucho contra un ser que en mi mente se llama sirena. Estoy en una
habitación cerrada. Las baldosas blancas del techo son de un material
esponjoso, que puede atravesarse. Por ahí se desliza un ser blanco y azul:
primero se ve un burbujeo en la baldosa por la que aparecerá, después empiezan
a caer gotas blancuzcas y gruesas, y al final cae una masa espesa, vagamente
humana, que toca el suelo y al instante vuelve a ascender. Yo tengo una lanza y
cada vez que advierto el burbujeo la clavo en la baldosa correspondiente. La
sirena grita como un animal, con chillidos muy agudos. Tras unas cuantas
punzadas, deja de usar la táctica del techo y se materializa totalmente en el
suelo. Su cuerpo, femenino, es azul y está cubierto de una saliva blanca casi
plástica. Sostiene dos espadas que parecen cimitarras. Una especie de cáscara o
capullo sólido le cubre la cabeza y los hombros, así que no le veo la cara. Se
dirige hacia mí blandiendo las espadas y me doy cuenta de que ya no tengo la
lanza. Finjo tenerla moviendo las manos en el aire pero ella se acerca y me
clava las espadas. Yo pongo mi puño en su costado como si tuviera un arma, sin
efecto. Me despierto apuñalando la almohada.
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