Sueño del 24 de noviembre


Debo seguir a un desconocido por el campo. De una forma vaga somos enemigos y él sabe que lo acecho. Lo sigo a poca distancia, sin prisa, hasta una suave pendiente que se adentra en un bosque. Bajo tras él y lo encuentro sumergido hasta la cabeza en arenas movedizas. Me mira aterrado, con la boca abierta, pero no grita ni me pide ayuda. Por algún impulso misterioso decido que ya no me interesa, así que avanzo hacia una zona del bosque que se convierte en pantano, caminando sin que las arenas tengan efecto sobre mí. Voy por unas aguas hundido hasta la cintura y aparezco en un puerto. El impulso me dirige hacia un enorme barco anclado en el muelle, hacia el cual otras personas caminan también, sumisamente. Una vez dentro, me reúno con ellos en una sala oscura con grandes ventanales que dan al mar, que pasa veloz como si ya estuviéramos en movimiento. Las personas en la sala son japoneses; entiendo que forman una especie de secta cuyo fin es sólo mirar el mar en silencio hasta morir. Una de ellas, quizás recién iniciada, comenta impropiamente que antes o después veremos tierra. Le digo que, para esta gente, esto equivaldría a una herejía. No me entiende.

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