Tengo un hermano con el que corro y salto por los tejados. Somos
niños. Cuando queremos bajar, es imperativo hacerlo de toldo en toldo por un
patio interior. Me asomo y veo a mi hermano mucho más abajo, en un toldo verde,
y le pregunto si la tela resistirá la caída. Me asegura que sí, sin prestarme
mucha atención. No veo claro cómo hacer el salto hasta donde está él sin
matarme y, de alguna manera, mi vértigo modifica la fachada del edificio, ahora
hay más asideros y menos distancia hasta el suelo. Cuando ya estamos abajo se
revela que hay una disputa pendiente entre nosotros y que es necesario pelear
para resolverla, casi a modo de duelo. Entonces ya no soy mi hermano, sino un amigo
del hermano que era yo. Él sigue siendo un niño, yo soy adulto. Para la
pelea, se escoge el patio de un colegio, en teoría cerrado. Es de noche pero
aparecen muchos espectadores espontáneos. El hermano al que apoyo no parece muy
seguro, ha traído un montón de trastos inútiles (unas vigas, un teclado
electrónico enorme) en un carro de súper y se le van cayendo. Mi amigo Andrés y
yo le ayudamos a sujetarlos. La pelea va a empezar y un poco en broma lo
presentamos a la multitud como un luchador, inventándonos nombres
intimidatorios. Yo lo llamo 'El humano', seguramente porque, advierto sin
sorpresa, tiene el tejido muscular a la vista, sin piel. Andrés quiere
inventarse otro apodo y dice 'El morfa...' 'Huesos', acabo yo, que quiere decir
el 'comehuesos'. Cuando va a empezar por fin la lucha aparece un profesor negro
(de hecho el actor Bill Nunn) y amenaza con llamar a la policía, furioso.
Entonces estoy viendo un documental sobre estos hermanos, en el que se aclara
el origen de la disputa: un hermano pensaba que el otro le había escondido el
mando a distancia de la tele, cuando en realidad el perro de ambos lo había
enterrado en el jardín. Sé que el documental tiene un desenlace muy triste pero
antes de que acabe despierto.
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