Antes, cuando el
hombre señalaba hacia arriba, mirábamos al cielo. Triángulos y bestias
transparentes hacían de la noche su escritorio. Cada figura emergía con su
rúbrica, cada monstruo nos consolaba con blancura.
Ahora en cambio
miramos al hombre. Tiene los tobillos en la tierra y la cabeza ya en el éter azul,
sus ojos muy cerca del fuego, una constelación en sí mismo, una fábula de
reconstrucción.
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