COMPARACIÓN

Foto de Mar Modolell


Eres como un caballo que lucha por escapar de un vallado bajo y simple, sostenido por alambres, de hecho se trata sólo de una tira de tela vagamente electrificada, la mera variación de una sombra sobre la hierba. Este caballo sólo tendría que saltar la tira, y una mañana temprana, anhelante de los campos que prevé detrás del establo, coge carrerilla y supera la cerca. Corre muy veloz muchos metros y enseguida advierte que ningún sitio hay donde lo esperen (lo que no había previsto). Se detiene, da unas vueltas al trote por zonas que aún le resultan familiares. Se para ante el principio del bosque para escrutarlo, por si reconoce alguna señal clara, un reclamo que lo anime a internarse. Pero no comprende las llamadas de los pájaros. Después de unas largas horas, regresa a los alrededores del establo, cuando el sol ya es vertical. Envidia a los otros caballos, que duermen o pastan dentro de la cerca. Estos no parecen sentir su ausencia, como no reparaban especialmente en su presencia antes de escapar. La vieja bañera que usan como abrevadero está llena de agua verde, la superficie cubierta de musgo intocado. Ante ella, el caballo siente en el cuerpo el peso y el esfuerzo insospechado de hacer el mismo salto a la inversa. En cambio, con suma facilidad, de la bañera sale su reflejo. Escapa hacia el mundo exterior, impune en su condición de sombra, para usar su libertad y ser moderadamente descuidado. El caballo sabe que las culpas, si las hay, caerán sobre el original.


Sueño del 23 de noviembre


Es de día pero no hay luz. Miro por la ventana de la cocina y la oscuridad es casi total excepto por un rectángulo azul de cielo. Salgo a la calle, hay cierta confusión entre los vecinos. La oscuridad se aclara un poco, y entonces me doy cuenta de que estoy en plaza Universidad. Se ve de nuevo la luz del sol pero hay en el aire una especie de neblina. Miro hacia plaza Catalunya y veo grandes edificios de cristal; en medio, descomunal, está el edificio de la Sagrada Familia. Desde una de sus torres asciende una gran columna de humo, y entiendo que ese humo era lo que oscurecía intermitentemente el cielo de la ciudad. Ahora somos una pequeña multitud mirando el suceso. Yo estoy extático, salto de alegría, me froto las manos. Odio el edificio y me ilusiona que se esté incendiando, aunque en ningún momento se vean las llamas.

AGENDA

Ten. Coge esta agenda, es tuya. ¿No entiendes lo que pone? No, no son garabatos, ponla contra el espejo. ¿Lo ves? Sí, está escrito del revés. Lee los nombres, conoces a todas las personas de esta lista. Es una lista. Estas fechas después de cada nombre, no, no están equivocadas, ¿no ves que está todo al revés? Son las fechas de cada último día. Así es. Piensa cuánto bien puedes hacer con esta agenda. ¿No? ¡Sí! Sabrás cuándo ser cordial con aquel ser aborrecible, que nada le haga adivinar qué se le viene encima. Sabrás cuándo ignorar sus llamadas. Y mira, tu despedida con este de aquí tiene sentido ahora, ¿no? ¿Cómo? No, esto no puede cambiarse, es así, las palabras que os dijisteis fueron las últimas. Los coches eran el viejo río océano, circulando entre los dos. Y aquella llamada intempestiva, que tanto te molestó, es una buena nota de adiós, ¿no te parece? Sí, aquel grito de gaviota podría ser un presagio, muy bien. No, las formas de las nubes fueron casualidad.


¿Qué? No murmures, no te oigo bien desde aquí. Sí, esto es hoy, es la fecha de hoy, pasará en unas horas. Al menos te puedes adelantar, entrar en la habitación antes que otros, antes de que empiecen con su cháchara diaria. ¿Ves cuánto vale el duelo de verdad? Tu duelo empieza antes del daño. Corre, ve ahora, te da tiempo de llegar al primer turno de visita. Está sola en su habitación, pasará hoy seguro. Entra y despídete con conocimiento de causa, siente el peso de cada palabra en tu boca. Siente el sabor a hierro. Déjalas caer sobre su cama, las palabras, pero sé cuidadoso. Aún está consciente, lo suficiente para entenderte. No te preocupes, ¿por qué iba a tomárselo mal? No le serán palabras de mal agüero, no le serás su ángel negro. Después de todo estás mejor informado que ella, ¿no? Y mejor informado que su propio cuerpo. Sí. Quizás espera sólo a que las manos estén quietas del todo antes de sacarle, con amoroso decoro (todo el que te permitas), los anillos, uno a uno. Los anillos que le hacías rodar entre tus dedos cuando eras pequeño, como dándole cuerda a ella. No, seguro que le parecería bien que te los quedaras tú. Son prendas de tu cuidado, de tu solícito corazón. ¿No te he dicho cuánto bien se puede hacer así, llegando temprano?