Es de día pero no hay luz. Miro por la ventana de la cocina y la
oscuridad es casi total excepto por un rectángulo azul de cielo. Salgo a la
calle, hay cierta confusión entre los vecinos. La oscuridad se aclara un poco,
y entonces me doy cuenta de que estoy en plaza Universidad. Se ve de nuevo la luz del sol
pero hay en el aire una especie de neblina. Miro hacia plaza Catalunya y veo
grandes edificios de cristal; en medio, descomunal, está el edificio de la
Sagrada Familia. Desde una de sus torres asciende una gran columna de humo, y
entiendo que ese humo era lo que oscurecía intermitentemente el cielo de la
ciudad. Ahora somos una pequeña multitud mirando el suceso. Yo estoy extático,
salto de alegría, me froto las manos. Odio el edificio y me ilusiona que se esté
incendiando, aunque en ningún momento se vean las llamas.
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