COMPARACIÓN

Foto de Mar Modolell


Eres como un caballo que lucha por escapar de un vallado bajo y simple, sostenido por alambres, de hecho se trata sólo de una tira de tela vagamente electrificada, la mera variación de una sombra sobre la hierba. Este caballo sólo tendría que saltar la tira, y una mañana temprana, anhelante de los campos que prevé detrás del establo, coge carrerilla y supera la cerca. Corre muy veloz muchos metros y enseguida advierte que ningún sitio hay donde lo esperen (lo que no había previsto). Se detiene, da unas vueltas al trote por zonas que aún le resultan familiares. Se para ante el principio del bosque para escrutarlo, por si reconoce alguna señal clara, un reclamo que lo anime a internarse. Pero no comprende las llamadas de los pájaros. Después de unas largas horas, regresa a los alrededores del establo, cuando el sol ya es vertical. Envidia a los otros caballos, que duermen o pastan dentro de la cerca. Estos no parecen sentir su ausencia, como no reparaban especialmente en su presencia antes de escapar. La vieja bañera que usan como abrevadero está llena de agua verde, la superficie cubierta de musgo intocado. Ante ella, el caballo siente en el cuerpo el peso y el esfuerzo insospechado de hacer el mismo salto a la inversa. En cambio, con suma facilidad, de la bañera sale su reflejo. Escapa hacia el mundo exterior, impune en su condición de sombra, para usar su libertad y ser moderadamente descuidado. El caballo sabe que las culpas, si las hay, caerán sobre el original.


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