Despierto en un hospital. Al parecer, me han anestesiado para hacerme
unas pruebas médicas. Me han insertado unas pequeñas agujas en la sien y en el
oído, y unos tubos en el torso para medir mis constantes. Un médico me conduce
a una habitación blanca y azul donde una doctora sostiene un gran marco vacío.
En él, sobre un fondo negro se puede ver mi interior. Mis pulmones están hechos
de unos compartimentos amarillos, como bandejas, pero el izquierdo tiene dos y
el derecho tres. Ese desequilibrio es nocivo. La doctora me comunica también
que mi corazón es muy pequeño y que lo mejor será operarlo. Me dejan solo en la
sala. Sobre una mesa de metal veo entonces mi órganos y entiendo que en
realidad me los han extraído para examinarlos mejor. Mis pulmones parecen dos
pequeños filetes de lomo crudo, y temo que alguien venga y se los coma. Yo
mismo siento la tentación de hacerlo.
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